Bendito duende, por Néstor CEBRIÁN

Salía uno con regusto amargo del estadio, haciendo un ejercicio de repaso mental y recordando dónde la línea temporal se torció. Si Thievy no se hubiera trastabillado en la primera parte en aquella ocasión o el contraataque al final de la primera parte, incluso la falta al inicio de la segunda parte. Me dirigía hacia el coche mirando el móvil con andares erráticos, dando cabezazos como si me tratase de un judío ortodoxo frente al muro de las lamentaciones. Disculpen si omito el lugar donde estacioné pero un aparcamiento gratuito de cómodo acceso es oro en estos tiempos y al lado del estadio, un trabajo fijo.

En esas me crucé con un anciano. Llevaba puesta una cachucha, una rebeca de punto con esa mezcla entre marrón gris que el ojo masculino no podrá nunca distinguir. Estaba sentado agarrando con sus manos un bastón con un aire a ‘sensei’ pensionista. Al pasar a su altura me hizo un gesto como de apoyo moral. Cerró los ojos, apretó su boca moviendo la cabeza, — Nunca hay alegría en la casa del pobre, musitó. Lo sentí como si me estuviera dando el pésame. He de decir que no me sentí contrariado, sino reconfortado. Asentí y le respondí tirando de manual — Y que lo diga cristiano. La presentación de condolencias, por breve, no me obligó ni a detener la marcha.

Cuando uno acepta el duelo, le toca ir cabizbajo y melancólico, a lo Kurt Cobain, pero con un polar en vez de una desgastada camisa de leñador. Así que mientras comprobaba el pésimo estado del asfalto me dio por pensar que todavía era hasta para estar contento. Aquella línea temporal que se le había desviado a la UD había hecho lo propio con el hoy equipo blanquinegro. Barbosa salvó un punto al final. Varias veces. El Xerez fue de esos equipos que te dejan la tarjeta ‘Made in Detroit’ en la mesa del teléfono cuando se marchan. Buen equipo. Conjuntado, incómodo, de esos que no se les ve triste sin pelota, curioso llamándose balompié el deporte, pero ahí radica una de sus grandezas, pero peligroso cuando la tiene.

Durante la primera mitad la UD tuvo sus oportunidades pero una vez se igualó el marcador, el juego ‘C’est fini’ como dijo María Antonieta. Si en la salida el que escribe estaba mentalmente cabeceando el muro de Jerusalén, en la última media hora de juego la UD hacía lo propio contra la frontera de Corea del Norte, situada a unos 30 metros de la meta de Chema. No quiero imaginar los sudores si los andaluces se hubieran adelantado en el marcador.

He de sacar a la luz que habita un maldito duende en mi cabeza que me impide que me creara demasiadas ilusiones. Tarde o temprano perderán, me decía cuando veía la clasificación y empezaba a hacer cábalas. Aún ganando 30 partidos seguidos no iba a dejar de dar la lata ese pequeño irlandés enfurruñado. Pero del mismo modo existe el Ying existe el Yang. Existe la noche y el día, las coliflores hervidas y las pizzas. En la parte opuesta de mi balanza mental tengo otro duende, este bendito, el cual me recordó el minuto 90 del partido de Copa, seis victorias atrás. Eliminados virtualmente, vigésimos en Liga, lloviendo. Entonces volví a mirar al anciano que estaba al otro lado de la calle y le dije mientras esbozaba media sonrisa, — Caballero, los hay más pobres. Hice una breve pausa y como comentaba el cubano del chiste — Y tampoco nos podemos a quejar, añadí antes de entrar al coche. El hombre me devolvía el guiño con un asentimiento. Me olvidé de muros, dejé elucubraciones para otros momentos y arranqué el coche pensando que el próximo encuentro tendría un final más alegre, que las rachas de victorias seguidas del Barça y del Madrid son los padres y que el fútbol no es más que la aceptación de una serie de catastróficas desdichas intercaladas de euforia.











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