
Cuando el encuentro parecía encaminado hacia el porvenir del Real Betis, apareció Chrisantus. El ariete nigeriano, alejado del área por necesidad más que por convicción, persiguió con la mirada una jugada colectiva que terminó en las botas de Thievy. El ariete parisino, con espacios por primera vez en 83 minutos, trató de batir a Casto con un disparo cruzado. Por detrás, paralelamente Chrisantus peleaba enérgicamente por colarse entre los centrales. Quizá también peleaba con su mente. Y lo consiguió. Se encontró el balón y amplió las posibilidades prácticamente nulas de los amarillos en los octavos de final de Copa del Rey.
El empate de garra completó un encuentro plagado de sacrificio. Los amarillos estuvieron en muchas fases del encuentro a merced del cuadro de Pepe Mel, quien hizo valer la superioridad de sus jugadores y categoría. Lejos de amedrentarse Las Palmas no escondió sus armas: esperó para morder. David García y Murillo tuvieron que emplearse a fondo, primero con Jorge Molina y después con el grancanario Rubén Castro. El isletero, en el primer balón que encontró en el área, la colocó a la escuadra. Castro, en cuatro visitas al Estadio de Gran Canaria como jugador foráneo, ha conseguido encontrar las mallas en los cuatro. Efectividad plena de un futbolista llamado a la Selección Española.
Psicológicamente Las Palmas aguantó el desgaste. Levemente noqueada tras el tanto de Rubén, y adormilada con el juego acompasado y elegante de Beñat, supo reponerse. Ello le confiere más mérito a una eliminatoria que ambos técnicos expresan como «abierta». Chrisantus, en esa arrancada de fe sigue alargando la racha positiva amarilla y da pie a un pensamiento: ¿por qué no dar la machada en el Benito Villamarín? Este equipo ha demostrado ser indomable. Ni un Betis europeo pudo someterlo. Como gritó la afición al término del encuentro: «Sí se puede».