OPINIÓN | ¿Por qué uno se hace de Las Palmas o de cualquier otro equipo? En mi caso creo que lo era desde antes de nacer. Es probable que no tuviera otras opciones para elegir. Mi abuelo paterno, al cual no llegué a conocer en persona pero si en relatos, ya estampaba transistores contra la pared en la época dorada cuando fallaba la señal de radio. De sus seis hijos, el único que ha seguido con este virus inoculado, mi padre. Aunque otro de ellos, militante del germanismo, cuenta cómo tuvo que esquivar algún porrazo para ir al estadio y glosa sus historias de la grada curva de tal forma que no es necesario ser testigo para vivirlas 40 y 50 años después.
Mi abuelo materno quería tanto a Las Palmas que no podía ni ir al fútbol, solo le recuerdo un partido en el estadio. Y así me imagino de mayor, aunque espero que rojadirecta emita en holograma. Eso sí, era asiduo a los partidillos de los jueves en el Insular y a más de uno de Las Palmas Atlético. Recuerdo oír los partidos con él de chico cuando se recluía en su fortaleza de la soledad comiendo queso y bizcocho mientras narraba Segundo. Su hijo, mi tío materno, también recuerda y me habla las tardes del Insular. Pero claro, ¿quién no iba a ser de Las Palmas en Gran Canaria en los años 60 y 70? Mi padre lleva dejando el estadio desde la época de Boronat aunque cada día pone la radio al mediodía y ya está entre los 200 primeros socios. El día antes de mi nacimiento, fue a ver un Las Palmas – Barcelona, el día que cayó un aguacero, con el mismo amigo con el que se sigue sentando en el estadio más de tres décadas después.
Pero si la ascendencia familiar no fuera poca, el campo de fútbol que tenía más cerca era el Insular. A 8 minutos a pie desde Madera y Corcho, a tres segundos de oídas, porque muchos fueron los atronadores goles cantados que oí en la cocina con mi abuelo antes que los gritara Segundo. ¿Cómo iba a ser de otro de equipo? ¿Cómo no iba a ser de la UD? Lo difícil era ser del Barça, del Madrid, del Atlético. Yo lo tuve fácil. ¿Cómo iba a cambiar el olor calamar seco y a hierba cortada y en 3D por una televisión de 13 pulgadas con lluvia y una antena partida? ¿Cómo no me iba a identificar con el equipo que en su escudo reza Las Palmas y Canarias? Cómo renegar de aquellos perritos en Los Rosales después de los partidos, o del cosquilleo cuando se enfilaba aquella marejada amarilla en Más de Gaminde, o de aquel jolgorio compartido cuando los coches pitaban por Pío XII. Todo eso es también fútbol y todo eso te lo hurtaba la televisión. No es lo mismo ver el fútbol que vivirlo, y eso lo aprendí en mi primer partido. Las Palmas 0 – Rayo 6.
Uno no sabe lo que pasará el domingo. Cada minuto que pasa cambio de pronóstico. Lo que es seguro es que en Agosto, volveremos a ver a la UD. Si es en Primera la sonrisa nos durará hasta que empiece a rodar la pelota. Si es en Segunda, pues es en Segunda y ese maldito partido ante el Córdoba habrá creado varios miles de nuevos amarillos, porque como escribió Eduardo Sacheri en El cuadro de Raulito. “De la alegría se puede volver, tal vez. Pero no de las lágrimas. Porque cuando uno sufre por su cuadro, tiene un agujero inentendible en las entrañas. Y no se lo llena nada. O mejor dicho, sólo se le llena con una cosa: con ganar el domingo que viene”.
[box size=»large»]por Néstor Cebrián
@NestorCebrian
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