Durante esta etapa de crisis amarilla que se mantiene abierta se siguen viendo ciertas cuestiones que ponen de manifiesto que existe un muro mental que deben ser los jugadores los que sean capaces de derrumbarlo con fútbol.
Las Palmas está bastante tocada. Es un hecho. Los amarillos viven en una vorágine negativa que sólo un estímulo positivo es capaz de romper. Esta situación, evidentemente, tiene varios padres, pero son los jugadores los que deben de sacar las castañas del fuego en estos momentos, algo que han señalado públicamente en distintas comparecencias sin llegar a demostrarlo sobre el terreno de juego todavía.
Han sido muchas las voces que han explicado que el vestuario tiene que ser capaz, de la mano con Paco Herrera, de sacar a la UD del pozo. A pesar de ello, cuando el pitido del colegiado señala el inicio de los partidos, todo cambia. La apatía se apodera del equipo y las sensaciones que deja son poco halagüeñas, llegando a ser dominado sobre todo cuando juega lejos del calor del Estadio de Gran Canaria.
Ese bloqueo que sufre el cuadro insular les obliga a correr amarrados y a no estar en el punto adecuado para asumir los partidos. Quizás, eso puede llegar a ser más importante que las propias taras futbolísticas, básicamente, porque en estas situaciones hace falta sacar algo de rabia y echar el resto en forma de derroche absoluto. No obstante, el lenguaje corporal de los amarillos señala todo lo contrario.
Ya no queda otra que superar el miedo y dejar atrás las dudas con un partido completo con el que poder salir a flote. Las Palmas necesita empezar a ganar para dejar atrás las malas sensaciones, rompiendo con ese bloqueo que tanto daño le está haciendo a este proyecto. Lugo es el inicio de todo, o el reinicio de todo, porque está claro que ya no van a tener muchas oportunidades de cambiar la dinámica insular.