Suele suceder cuando uno escucha las palabras del presidente. El famoso trabalenguas que menciona el trecho que hay entre el dicho y el hecho se convierte en una constante. Su célebre encuentro con Viera, con fotos e informaciones nuevamente filtradas, es solo el último ejemplo.
Recuerdo la autocrítica – plana, como no podía ser de otra manera – cuando el equipo perdió el rumbo en Primera División y acabó con su ‘megaproyecto’ de bruces en la categoría de plata. Ramírez confesó que se habían equivocado «tomando decisiones desde la soberbia», y que debían volver al parámetro de la humildad para reconducir un barco a la deriva.
Con una temporada nefasta de por medio, en la que se comienza por hacer una plantilla más propia de Primera, se fichan futbolistas que la afición no desea ni en pintura, se destituye a un entrenador que tiene al equipo en puestos de playoff, se coquetea con el descenso y se termina contratando a un director deportivo italiano procedente del Milan, esas palabras vuelven a caer en saco roto.
Y, ahora, la guinda. ¿De verdad le encaja a alguien que Jonathan Viera juegue cuatro meses en la UD Las Palmas de la austeridad en Segunda División? Pese a que el acuerdo económico sea favorable para el club y que no le cueste un euro su cesión… ¿Qué mensaje lanzas a la afición, a tu club y a tus propios futbolistas? Efectivamente, que aquí manda la palabra de Ramírez y que del retorno de Vitolo, que le costó a la UD más de 6 millones de euros, nada se aprendió.
Viera, que no estaría para debutar hasta, al menos, la cuarta jornada ya que se recupera de una lesión, se perdería la pretemporada con Mel (que no ha pedido un mediapunta), cerraría puertas a los canteranos que suponen el único soplo de aire fresco de este año y, por supuesto, aumentaría la presión sobre un plantel que no se cansa de pedir tiempo para un proyecto que pretende crecer desde la base. Poco que ganar y mucho que perder.
Ramírez quiere fuegos artificiales, de eso no hay duda. Ser el presidente que repatrió a Vitolo y a Viera en plena madurez de sus carreras. Pero, una vez más, vuelve a caer en el denominador común de la soberbia. No tiene remedio. El ’21’, que se marchó de la UD en plena crisis deportiva en el mes de febrero, sería un lujo innecesario para un club que, no lo olviden, está obligado a soltar lastre y rebajar salarios para poder salir a competir y evitar ser la versión rica del Reus.