«El desconocido», ganador del «II Certamen de Relatos Cortos de UDLASPALMAS.NET»

Tras las votaciones emitidas por los usuarios de UDLASPALMAS.NET entre los más de quince relatos cortos presentados al “II Certamen de Relatos Cortos de UDLASPALMAS.NET”, la Organización hace saber que los premiados son:

• Primer ganador y Premio Honorífico de la Organización para «El desconocido», autor –seudónimo- Tamarán.
• Segundo clasificado para «Si yo llego a estar ahí», autor –seudónimo- Turu Flores.
• Tercer clasificado para «La radio», autor –seudónimo- Felipe.

El Certamen de Relatos Cortos de UDLASPALMAS.NET, patrocinado por Interapuestas.com y Pi 3,14, trata de incentivar la cultura, la imaginación y la participación entre la comunidad de usuarios de UDLASPALMAS.NET. Desde la Organización queremos felicitar a todos los escritores por la calidad de esta segunda edición, y en especial a los ganadores los cuales serán premiados con un lote de productos del patrocinador de la página, Pi 3,14.

«EL DESCONOCIDO», relato ganador del II Certamen de Relatos Cortos de UDLASPALMAS.NET

Mario sonreía ante el regalo que le acababa de entregar su padre. Feliz por celebrar su décimo primer cumpleaños junto a sus amigos, el chico se aprestaba a desenvolver aquel presente que aún mantenía ansioso entre sus temblorosas manos.

Rompió el envoltorio con las mismas ansias con las que momentos antes había devorado su gran trozo de tarta de bizcocho con fresas y nata, y descubrió ante sí la camiseta amarilla. Entre los aplausos de los presentes la extendió orgulloso al viento y contempló entusiasmado el escudo de sus amores junto al logo publicitario de Gran Canaria. En su parte trasera portaba su dorsal preferido, el número 6, y ocupando un lugar de privilegio lucía también su nombre, Mario Rodríguez.

Entre lágrimas de emoción abrazó a su padre, se enfundó la camiseta y corrió a su cuarto a buscar el balón que descansaba encima de la repisa junto a la cabecera de su cama.

– ¡Mario! – gritó su padre – ¡Mario, no tan aprisa!, ¡ven un momento!

Medio refunfuñando entre dientes el chico retrocedió sobre sus pasos mientras comprobaba con satisfacción que efectivamente era la camiseta oficial de la Unión Deportiva Las Palmas. La misma que portaban los jugadores que él veía cada vez que su padre lo llevaba a presenciar los partidos en el Estadio de Gran Canaria.

– Mario, ¿a dónde vas tan aprisa?. ¿No quieres acabar de ver tus
regalos?, preguntó su padre.

– ¿Otro regalo?, ¿para mi? – preguntó con cara de incredulidad y satisfacción a la vez.

– Sí, para tí. Para quién si no. Toma. Esto también es tuyo.

Cogió el sobre que le entregó su padre, lo abrió y leyó en voz alta:

‹‹INAUGURACIÓN DEL MUSEO DE LA UNIÓN DEPORTIVA LAS PALMAS, S.A.D.
Invitación para dos personas››

La devoción de Mario por el fútbol venía desde muy pequeño. Siempre quiso ser futbolista y nunca perdió su afición por este deporte a pesar de su enorme decepción por no haber superado las pruebas para ingresar en la cadena de filiales de la UD Las Palmas.

Entre tanto jugaba en el equipo de su barrio sin demasiada fortuna porque no terminaba de ganarse la titularidad. Su padre le decía que no se preocupara, que se centrara en divertirse que a su edad eso era lo más importante.

El Domingo, día de partido, lo relegaron una vez más a la suplencia. Ostensiblemente enfadado y con su camiseta de la UD Las Palmas bajo el brazo a modo de talismán, retrocedió unos pasos y se sentó en la grada justo detrás del banquillo. Permaneció en silencio… Ausente. De cuando en cuando murmuraba en voz baja y maldecía al entrenador hasta que una voz ronca le sacó de su letargo.

– Esa camiseta debe ser tu horizonte, muchacho. Respétala y tenla
como referencia para tus ambiciones como futbolista.

Era un señor alto y espigado que, a pesar del calor sofocante que hacía esa mañana, vestía un elegante traje azul oscuro con corbata a juego.

– Ya, ya…eso se lo dices al entrenador, que no confía en mi – espetó el chico.

– No desesperes. Nunca hay que bajar la guardia y hay que saber aguardar la oportunidad que tarde o temprano llega. Quien sabe, a lo mejor hoy es tu día.

– Sí, seguro, hoy es mi día – le replicó Mario sarcásticamente mientras fijaba la mirada en la evolución del partido.

– Hay que tener fe, muchacho. Mira, se que ayer fue tu cumpleaños y quiero hacerte un regalo – aseveró el desconocido -. Estas botas fueron las primeras que usé cuando tenía más o menos tu edad. Y ahora quiero que las uses tú.

– ¿Para mi?, – preguntó, Mario – ¿pero por qué? – volvió a insistir-.

De repente el grito desesperado del entrenador interrumpió la conversación entre el chico y el caballero trajeado que había aparecido sorpresivamente.

– ¡Mario!…¡Mario!… – vociferó – ¡vamos, prepárate para saltar a la cancha!

Absorto en la conversación el joven dio un sobresalto y bajó hasta el banquillo para prepararse. Buscó con la mirada a su intrigante amigo, le hizo un gesto de agradecimiento y se aprestó a enfundarse las viejas botas que le había regalado.

Mientras empezaba a calentar para saltar al terreno de juego le gritó de lejos:

– Ah, por cierto, yo me llamo Mario ¿y tú? – y continuó corriendo sin esperar a escuchar la repuesta –

– Lo sé – musitó en voz baja el desconocido – Yo Juan.

El partido fenecía y el empate se antojaba como resultado inalterable si nadie lo remediaba. A pocos minutos del final un balón en largo es atajado por Mario con el pecho, lo baja al suelo con exquisita elegancia y lo controla con esas botas viejas y usadas que acababa de estrenar hacía pocos momentos. Tras dos quiebros espectaculares a sendos rivales que le encimaban, ejecuta un pase imposible de treinta metros a los pies del compañero que se desmarcaba en la media punta, quien tras control orientado encara al portero rival y lo bate por bajo ante la euforia de todo el equipo.

Mario salió aquella mañana como un héroe a hombros de sus compañeros. En medio de su baño de multitudes se acordó del desconocido que lo había abordado y lo buscó con la mirada para regalarle un guiño de complicidad. No halló a nadie. Su mirada se perdió en el vacío de la grada y marchó contrariado al vestuario a seguir con la celebración de la victoria.

Los accesos al barrio de Siete Palmas estaban abarrotados como siempre. Tras lograr estacionar el vehículo en unos aparcamientos cercanos al Estadio de Gran Canaria, Mario enfiló de la mano de su padre rumbo al Museo de la Unión Deportiva Las Palmas.

Allí conoció muchas historias de su equipo del alma. Vio el trofeo de Subcampeón de la Copa del Rey de 1978, las camisetas de jugadores legendarios, banderines conmemorativos de encuentros importantes, placas de agradecimiento y fotos… muchas fotos. Entre tantas, una de ellas llamó su atención. Una foto que centró su curiosidad y perplejidad hasta dejarlo absorto. Mario la miró una y otra vez.

– “Esa cara…”, pensó.

– Papá, papá – gritó – mira, este es el hombre del que te hablé. El que me regaló las botas – añadió –.

– Mario, no digas tonterías y ven para acá que te vas a perder – le gritó el padre desde el otro lado de la sala mientras seguía las evoluciones del guía.

Mario frunció el ceño, se encogió de hombros y echó a correr en busca de su padre. El eco de sus pisadas alejándose dejaba a sus espaldas la foto en blanco y negro de un futbolista agachado sujetando un balón. Al pie de la foto se podía leer:

‹‹Juanito Guedes, “el Mariscal” (1942 – 1971) ››











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