A ritmo de folclore canario recibía y agasajaba la UD Las Palmas a los poco mas de siete mil valientes que se acercaron al recinto de Siete Palmas en una tarde algo mas despejada de lo habitualmente visto esta temporada en el Gran Canaria. Esta circunstancia climatológica no encontraba reciprocidad ni en el verde ni en las nuevamente desangeladas gradas del coliseo amarillo, que poco antes de las 5 de la tarde acogía a los jugadores locales con tímidos aplausos y algún que otro silbido, presagiando lo que iba a ser la tónica habitual de la hinchada durante todo el partido.
Pasaban los minutos y nada nuevo ofrecían los hombres de Vidales, en clara consonancia con la grada, donde ni se alentaba ni se criticaba, la indiferencia poco a poco empezaba a tomar ventaja como síntoma identificativo del aficionado medio.
Hasta en la grada Naciente la apatía parecía ganar la partida a los siempre animosos Ultras, que aun así intentaban remar a contracorriente de un cada vez más frío Estadio de Gran Canaria. De esa manera se llegaba al ecuador del partido, pocas criticas, pocos pitos de desacuerdo, pero igualmente escaso calor y arropo a los nuestros.
En la segunda parte llegaron los goles de uno y otro bando y también aparecieron los decibelios en la grada. Al perforar Rubén Castro por tercera vez esta temporada las mallas amarillas vuelve a sonar el hit de moda esta temporada, el tristemente famoso «Juanito vete ya», que iba creciendo en fuerza a la par que la irritabilidad en las gradas. Solo el gol de Pablo Sánchez pudo calmar el ambiente, que tras el empate se tornó en algo mas cálido para el conjunto amarillo, propiciando los mejores momentos de juego en un partido donde el fútbol rácano y la mediocridad jerarquizaban a ambos equipos.
Con el pitido final del colegiado Martínez Franco la afición desaloja rápidamente el estadio, esta vez no hay aplauso generalizado, tampoco pitada monumental. La afición parece cansada de tanto sufrimiento y la forma que empieza a adoptar es la indiferencia, malo.